El pasado 8 de marzo, México despidió a Isabel Miranda de Wallace, una figura emblemática en la lucha contra el secuestro y el crimen organizado. A sus 73 años, falleció tras complicaciones derivadas de una cirugía, dejando un legado que oscila entre el activismo, el reconocimiento público y la controversia. Su muerte fue confirmada por el exjefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, quien expresó sus condolencias a través de redes sociales. Curiosamente, su cuenta personal en X (antes Twitter) fue eliminada poco después de que se diera a conocer su fallecimiento.
El secuestro y asesinato de su hijo, Hugo Alberto Wallace, en 2005, transformaron la vida de Isabel para siempre. Decidió enfrentarse al sistema y fundar la organización Alto al Secuestro, con el objetivo de combatir este delito y ofrecer apoyo a víctimas. Esta asociación se convirtió en una voz crítica y constante en la agenda de seguridad del país.
En 2010, Isabel Miranda de Wallace recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos por su activismo, entregado por el entonces presidente Felipe Calderón. Este reconocimiento consolidó su figura como una de las principales activistas en la lucha contra el secuestro, siendo ejemplo para familiares de otras víctimas en el país.
Sin embargo, su trayectoria no estuvo exenta de cuestionamientos. El caso del secuestro de su hijo derivó en la detención de seis personas, quienes posteriormente alegaron haber sido torturadas y acusadas injustamente. Tanto periodistas como organismos internacionales de derechos humanos pusieron en duda la legalidad y la validez de los procesos, lo que empañó parcialmente su legado.
Isabel mantuvo estrechas relaciones con figuras importantes de la política, como los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón, así como con Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad, quien actualmente cumple una condena en Estados Unidos por delitos de narcotráfico. Estas conexiones alimentaron debates sobre su independencia como activista.
Más allá de las críticas, no puede negarse que Miranda de Wallace puso en la mira el problema del secuestro en México. Su legado, cargado de logros significativos y controversias, abre el debate sobre el rol del activismo, la política y los derechos humanos en el país.