En el pueblo mágico de Aculco, a solo dos horas de CDMX, se encuentra un árbol que es objeto de una macabra leyenda. El pueblo, conocido por sus calles empedradas, casas coloniales y naturaleza impresionante, tiene un clima fresco y un legado otomí. Sin embargo, su historia es aún más fascinante.
La leyenda de los lavaderos de Aculco se remonta a fines del siglo XIX, cuando un hombre vivía en una casa con un gran árbol de pirul. La mujer era atractiva pero infundía miedo debido a que se rumoraba que era una bruja. Ningún hombre se le acercaba por temor, pero ella deseaba tener un hijo. Con el tiempo, su desesperación y rencor crecían, y finalmente, juró venganza a costa de la existencia de dos mujeres que se burlaron de su soledad.
La bruja selló un pacto con el Diablo y, repentinamente, tres niños del pueblo desaparecieron. Los locales sabían que la bruja era la responsable de tales atrocidades, por lo que fueron a su casa con antorchas, palos y machetes. Al abrir la puerta, se escuchó una voz macabra que lanzaba insultos y maldiciones. Un hombre le dio un hachazo al árbol y se escuchó el quejido de un niño. De pronto, se escucharon las risas de la bruja, quien les dijo que las almas de los tres niños estaban atrapadas con ella en ese pirul.
Desde entonces, los aculquenses juraron no dañar el árbol, que aún se mantiene de pie. Hay quien dice que, si alguien clava un objeto filoso en el tronco, verá cómo derrama salvia blanca que poco a poco se torna roja, mientras se escuchan gritos de niños y risas macabras.