Desde la oscuridad del teatro, las imágenes brillaban con una gracia lírica, aportando vida a las canciones que llenaban el aire. Esta amalgama de sonido e imagen, una experiencia sinestésica, marcaría el nacimiento de una revolución: el videoclip.
La relación entre música e imagen no es nueva. A principios del siglo XX, los espectáculos de variedades ya fascinaban a las audiencias con imágenes proyectadas que acompañaban melodías. Pero fue Oskar Fischinger, en 1921, quien nos presentó la armonía entre formas abstractas y música, desdibujando la línea entre lo audible y lo visual.
Sin embargo, fue una banda de Liverpool quien cambiaría para siempre el panorama. En 1966, The Beatles, con «Paperback Writer» y «Rain», nos mostraron que una canción podía ser no solo escuchada, sino también vista. Si bien Elvis ya había encendido la mecha con «Jailhouse Rock», fueron estos jóvenes ingleses quienes se aseguraron de que el fuego nunca se extinguiera.
Con el tiempo, el videoclip se fue transformando. De ser simplemente una representación visual de una canción, comenzó a contar historias, a desafiar límites y a establecerse como un género artístico propio. Artistas como Michael Jackson y Madonna elevaron el estándar, introduciendo efectos especiales, actuaciones magistrales y tramas complejas.
Y luego llegó MTV en 1981, una plataforma que no solo mostraba videoclips, sino que los celebraba. Fue en este espacio donde el «Rey del Pop», Michael Jackson, nos dejó boquiabiertos. «Thriller», con su narrativa espeluznante y su coreografía icónica, fue más que un videoclip: fue una epopeya visual. Y no solo «Thriller», sino también «Billie Jean», «Beat It» y tantos otros. Jackson no solo mostró su música, sino que nos sumergió en su mundo.
Hoy, recordamos con cariño esos primeros pasos del videoclip, y cómo, a través de las décadas, artistas visionarios lo han llevado de las sombras del teatro de variedades a las luces brillantes de nuestras pantallas.
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