Fotos Bruno Cortés /Maya Comunicación
El 2 de febrero se conmemora la presentación de Jesús en el templo después de la cuarentena. De acuerdo con el cronista franciscano Fray Bernardino de Sahagún, dicha fiesta también se acercaba al día del nacimiento o presentación del Sol en el calendario azteca (12 de febrero).
De algún modo ambos festejos se fusionaron en uno relacionado con el fuego: las candelas o velas de la Virgen de la Candelaria y el nacimiento del Sol de los indígenas, que además coincide con el inicio de temporada de siembra.
¿Por qué comer tamales?
Para conmemorar el inicio de la temporada de siembra, los aztecas realizaban diversos rituales en honor a Tláloc, Chalchiuhtlicue y Quetzalcóatl. En estos rituales se servían productos elaborados con maíz -entre ellos los tamales- como ofrenda para los dioses.
A partir de la Conquista, el sincretismo de diversas celebraciones religiosas mantuvo como costumbre este platillo que hoy es emblemático de la cultura mexicana.
El maíz es, según el libro de los Mayas Popol Vuh, el elemento que usaron los Dioses para la creación de los hombres y darnos vida. De ahí la importancia de para las ofrendas desde la época prehispánica, y su enorme valor como regalo para quienes lo reciben o lo preparan.
Durante la conquista de México por los españoles, los frailes se dieron a la tarea de evangelizar, por lo que se mezclaron las tradiciones prehispánicas y católicas, dando paso a ritos con características únicas como las que se dan durante el Día de la Candelaria y los tamales como parte de las festividades.
El Día de la Candelaria es una celebración que proviene de la religión católica. Este rito inicia con la Navidad que es cuando nace el niño Jesús y se coloca en el pesebre donde estará hasta el día 2 que se levanta y se viste para presentarlo a la iglesia. Antes del 2 de febrero, se lleva a cabo la partida de rosca de reyes, que entre otras cosas representa la ofrenda que los tres reyes de oriente hicieron al pequeño mesías y que se encuentra representado como un niño de plástico que se esconde en la rosca.
A quien le salga el “Niño de la Rosca” se convierten en padrinos y por ende deberán ofrecer una fiesta para levantar al niño del pesebre y por eso se ofrecen tamales. Éstos son en realidad una ofrenda al Niño Dios, como antiguamente lo hicieran a Quetzalcoatl, Tláloc y Chalchiuhitlicue.
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