El 2 de febrero, el Día de la Candelaria continúa siendo una de las festividades más vibrantes y arraigadas de la cultura mexicana, una celebración que une historia, religiosidad y, por supuesto, una tradición gastronómica que ha trascendido generaciones. Su vigencia se debe, en gran parte, al sincretismo cultural que ha mantenido su esencia a lo largo de los siglos, fusionando creencias prehispánicas y españolas.
De acuerdo con la investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, María Angélica Galicia Gordillo, esta festividad tiene sus raíces en la época colonial, cuando las ceremonias españolas coincidieron con rituales mesoamericanos, y el ciclo agrícola del maíz, del que se derivan los emblemáticos tamales. “Se hicieron confluir celebraciones de los españoles con los rituales indígenas, como el culto a las deidades mesoamericanas y el desgranado del maíz. Así, el Día de la Candelaria fue tomando forma, uniendo lo religioso con lo agrícola”, explica Galicia Gordillo.
En su origen, la festividad celebraba la presentación del Niño Jesús en el templo, pero su adaptación en el contexto mesoamericano se dio con una importante transformación: el rito de llevar al Niño Jesús a la iglesia se fusionó con antiguos rituales que rendían culto a las deidades del maíz. Además, se incorporó el intercambio de tamales, un platillo que se ajustaba perfectamente al calendario agrícola de los pueblos indígenas.
La importancia económica de esta celebración también es destacable. Según la Confederación Nacional de Cámaras de Comercio, Servicios y Turismo, en 2025, la derrama económica por el Día de la Candelaria superará los mil 500 millones de pesos a nivel nacional. Este monto refleja el impacto del consumo de tamales y atoles, así como de la compra de vestimenta para los niños, quienes son vestidos para la ocasión.
Además, la producción y venta de tamales ha visto un crecimiento considerable. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en 2023 había más de 13 mil negocios dedicados a la venta de tamales, un número que se ha duplicado en solo seis años, evidenciando la popularidad de esta tradición.
“Los tamales, originalmente un regalo para venerar al Niño Jesús, se han convertido en el platillo de la fiesta, un símbolo de unidad y tradición. Es una costumbre que ha sobrevivido porque no solo se trata de un acto religioso, sino también de un encuentro familiar y comunitario que llena de vida el Día de la Candelaria”, concluye Galicia Gordillo.
Así, el 2 de febrero no solo es una conmemoración religiosa, sino un acto de celebración colectiva que trasciende el tiempo, manteniéndose vigente gracias a su profunda conexión con la identidad cultural mexicana.