Islas de calor en la CDMX: cómo el asfalto y el cemento están transformando el clima capitalino

En mayo de 2024, la Ciudad de México registró un dato alarmante: 34.7°C, la temperatura más alta en su historia reciente. Este récord no es casualidad, sino el síntoma de un problema que se intensifica año con año: las islas de calor urbanas, un fenómeno donde el concreto, el asfalto y la falta de vegetación crean microclimas hasta 10°C más calientes que en las zonas rurales circundantes. Lo que comenzó en los años 80 como una diferencia nocturna de 3°C, hoy abarca 745 km² de superficie urbana, modificando no solo el termómetro, sino la calidad de vida de millones.

La anatomía de una ciudad que se recalienta

Las islas de calor son producto de una ecuación peligrosa: crecimiento urbano desordenado (la mancha urbana aumentó 54% en décadas) + materiales que atrapan calor (como el asfalto, que puede alcanzar 60°C bajo el sol) + pérdida drástica de áreas verdes. Estudios de la UNAM revelan que colonias como el Centro Histórico o Iztapalapa, con alta densidad de construcciones, pueden ser hasta 8.9°C más calientes que áreas boscosas como Tlalpan o Cuajimalpa. El fenómeno ya no es solo nocturno: persiste todo el día, especialmente en temporada seca, cuando el cielo despejado y el aire estancado crean una «olla de presión» sobre la ciudad.

Las víctimas invisibles del calor extremo

Los efectos van más allá de la incomodidad. En colonias marginadas, donde el acceso a parques o aire acondicionado es limitado, el calor agrava enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Además, acelera la formación de ozono —un contaminante vinculado a 3,000 muertes anuales en la CDMX— y dispara el consumo energético por el uso de ventiladores y refrigeración, generando un círculo vicioso. Los expertos advierten que, sin acciones concretas, las diferencias térmicas entre colonias ricas y pobres seguirán ampliándose, convirtiendo el calor en un factor más de desigualdad.

Soluciones en marcha: de techos blancos a corredores verdes

Algunas estrategias muestran potencial:

  • Techos fríos: Pintar azoteas de blanco o usar materiales reflectantes puede reducir la temperatura interior de edificios hasta 5°C. Proyectos piloto en India y Estados Unidos demuestran su eficacia.

  • Infraestructura verde: El Parque Cantera en Iztapalapa, construido en una zona minera abandonada, es 4°C más fresco que sus alrededores gracias a 45,000 árboles.

  • Diseño urbano: Recuperar corredores de viento naturales y usar pavimentos permeables en avenidas como Insurgentes ayuda a disipar el calor.

Sin embargo, los retos persisten. Pese a que desde 2019 existen talleres con expertos internacionales para integrar soluciones al Programa de Acción Climática, menos del 15% de las azoteas en la ciudad han sido adaptadas, y proyectos de reforestación urbana enfrentan obstáculos por falta de mantenimiento.

Un futuro que demanda acción colectiva

El calor extremo ya no es una anomalía, sino la nueva normalidad en una ciudad donde el 60% del territorio está cubierto de cemento. Frenar esta tendencia requiere políticas audaces: desde actualizar los códigos de construcción para incluir techos reflectantes, hasta proteger los últimos pulmones verdes como el Bosque de Chapultepec y el Ajusco. Pero también acciones individuales: plantar árboles nativos en banquetas, exigir transporte público menos contaminante y repensar cómo habitamos una urbe que, literalmente, se está cocinando a sí misma.

La CDMX se encuentra en una encrucijada climática. Las islas de calor son un recordatorio de que el diseño urbano no es solo cuestión de estética, sino de supervivencia. En una ciudad que podría alcanzar los 40°C en los próximos años, adaptarse ya no es opcional: es una emergencia.

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