Las calles cercanas a la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México están impregnadas de una tradición culinaria centenaria que ha perdurado a lo largo de generaciones: las famosas «Gorditas de la Villa». Este dulce manjar a base de maíz cacahuazintle, huevo, leche, manteca de cerdo y azúcar ha conquistado paladares tanto locales como internacionales, pero su historia va más allá de su exquisito sabor.
Un bocado de historia
Las Gorditas de la Villa, cariñosamente conocidas como «gorditas de saliva» en sus primeros días, se han convertido en un emblema de la cultura gastronómica mexicana. Aunque no se conoce con certeza quién fue el pionero en su elaboración, se tiene una clara receta que ha sido transmitida de generación en generación.
El proceso de creación comienza con la transformación del maíz cacahuazintle en harina, seguido por la mezcla de ingredientes clave como huevo, leche y manteca de cerdo, que otorgan su textura única y su sabor dulce característico. La masa resultante se moldea en pequeñas bolitas que luego se aplastan para formar diminutas tortillas, listas para el comal.
El nombre curioso
El apodo inicial de «gorditas de saliva» se debe a la técnica utilizada por las mujeres que las preparaban. Para evitar quemarse al voltear las tortillitas en el comal, mojaban sus dedos con la lengua, una práctica que perduró en la tradición.
Además, estas delicias también se conocían como «gorditas de atrio», ya que eran vendidas en las entradas de varias iglesias en todo el país, especialmente en la Basílica de Guadalupe. Otra denominación histórica fue «gorditas de hormiguero», ya que solían cocinarse sobre piedras de hormiguero antes de la llegada de los comales de metal.
El envoltorio colorido
Una de las evoluciones notables en la presentación de las Gorditas de la Villa fue el cambio en su envoltura. Inicialmente, se envolvían en papel de estraza, pero la competencia llevó a que se adoptara el papel de china de colores mexicanos, a fin de atraer la atención de los clientes.
Con el paso de los años, este manjar se convirtió en una verdadera joya de la tradición culinaria mexicana. Personas ansiosas por revivir los sabores de su infancia han llevado cajas repletas de Gorditas de la Villa a Estados Unidos y varios países de Europa.
Tradición centenaria en riesgo
Las Gorditas de la Villa se convirtieron en una tradición en los alrededores de la Basílica de Guadalupe en tiempos en que la Ciudad de México aún tenía lagos y ofrecía carne de pato y tamales de pescado a sus visitantes. Sin embargo, con la desaparición de los acuíferos y la consecuente pérdida de especies lacustres, las gorditas son el único vestigio que queda de esa época dorada.
A lo largo de los años, estas delicias han dejado una huella indeleble en la memoria de los mexicanos y continúan deleitando a quienes buscan experimentar la rica herencia culinaria de México.