Bill Stepien, el que fuera director de campaña de Donald Trump en las elecciones de 2020, aseguró durante los interrogatorios del comité del asalto al Capitolio que en las semanas siguientes a la cita electoral había dos grupos de colaboradores en el entorno de Trump: el «equipo normal» y el «equipo chiflado».
Él aseguró que estaba en el primero, los que le decían «la verdad» a Trump sobre el resultado electoral y la estrategia a seguir. En la noche electoral, Stepien recomendó a su jefe que no saliera a declarar victoria. Como se esperaba, el recuento se alargaría en muchos estados por el alto porcentaje de voto por correo por la pandemia de Covid-19. Le propuso que dijera que era «demasiado pronto» para saber el ganador.
Todo analista sabía que esa noche se produciría -como así fue- el llamado «espejismo rojo», por el que el candidato republicano aparecía como líder al comienzo del recuento, para después ser compensado con el recuento del voto por correo, que favorecía al candidato ganador, Joe Biden, en los siguientes días. Y fue lo que ocurrió.
Pero alguien apareció en la Casa Blanca en la noche electoral con una idea diferente. Era Rudy Giuliani, el exalcalde de Nueva York y excandidato a la presidencia de EE.UU., convertido en asesor legal de Trump y muñidor de algunos trabajos oscuros, como las presiones en Ucrania para conseguir información comprometedora del hijo de su rival electoral, Joe Biden.
Giuliani quería hablar con Trump, que estaba en las estancias residenciales de la Casa Blanca. Mantuvo una conversación con varios asesores del presidente, como el propio Stepien o Jason Miller. «Estaba sin duda borracho», declaró este último a los miembros del comité sobre el estado de Giuliani. Cuando logró hablar con Trump, Giuliani le recomendó que saliera al aire a «declarar la victoria» y a denunciar que los demócratas les estaban «robando» la elección.
La recomendación de Miller fue la misma que la de Stepien: «Era demasiado pronto para declarar algo así, todavía se estaban contando votos», dijo. «No se podía declarar victoria hasta que se tuviera una mejor idea de los números».
Trump hizo caso a Giuliani. Dio un discurso en el que calificó la elección de «fraude al público estadounidense» y de «vergüenza». «Estábamos preparándonosla para ganar la elección. Francamente, ganamos la elección», defendió.
Esa fue la tónica que Trump siguió desde entonces y hasta hoy. Se apoyó en cualquiera que diera coba a su alegación de ‘robo’ electoral. Giuliani y otros abogados, como Sidney Powell, le aportaron evidencias de fraude tan extravagantes como inexistentes, que el propio Departamento de Justicia de Trump calificó como sin fundamento y que fueron derribadas constantemente por los tribunales. Ayer fueron analizadas por altos cargos -muchos de ellos republicanos y nombrados por Trump-, que confirmaron que no tenían ningún sustento.
El yerno de Trump, Jared Kushner, también le recomendó que no siguiera la ‘vía Giuliani’ en su campaña para dar la vuelta a las elecciones. «No es la estrategia que yo seguiría si fuera tú», fue lo que le dijo, según aseguró al comité. Pero el presidente no le hizo caso. Solo escuchó a quien le dijo que no había perdido y que podía ganar todavía.