Cuando Jorge Mario Bergoglio apareció por primera vez en el balcón del Vaticano en marzo de 2013, con un sencillo “hermanos y hermanas, buenas tardes”, la historia dio un giro que América Latina sintió como propio. Nacido en Buenos Aires, el nuevo Papa no solo hablaba español, sino que traía consigo una mirada profundamente enraizada en las luchas, alegrías y contradicciones de su tierra. Su elección como primer Papa latinoamericano —y del hemisferio sur— representó mucho más que un cambio geográfico: fue un giro simbólico que conectó directamente con el corazón de millones de creyentes del continente más católico del planeta.
Un Papa que sonaba como el pueblo
Para muchos católicos latinos, Francisco fue el primer Papa que no solo los representaba, sino que los entendía. Hablaba su idioma, conocía su cultura, sus tradiciones religiosas populares, y compartía una sensibilidad profundamente pastoral. Lejos de los ornamentos excesivos y del protocolo rígido, su estilo directo, cercano y sin artificios conquistó rápidamente a quienes durante décadas se habían sentido a la sombra de una Iglesia regida desde Europa.
Sus decisiones simbólicas —usar zapatos negros comunes en lugar de los rojos papales, vivir en la residencia de Santa Marta en vez del Palacio Apostólico, lavar los pies a migrantes y presos el Jueves Santo— fueron gestos con una carga espiritual y política poderosa: Francisco era un Papa del pueblo.
La opción por los pobres, desde América Latina al mundo
Uno de los pilares del pontificado de Francisco fue su constante llamado a una “Iglesia pobre y para los pobres”. Esta idea, inspirada en la teología de la liberación y en una larga tradición de compromiso social en América Latina, permeó sus encíclicas, discursos y acciones. Desde la favela de Varginha en Brasil hasta los barrios marginados de Ciudad Juárez en México, Francisco insistió en que la Iglesia debía ponerse al lado de los excluidos, no por caridad, sino por justicia.
En un continente marcado por profundas desigualdades sociales, su mensaje resonó con una fuerza especial. Latinoamérica no solo sintió que el Papa hablaba de sus problemas, sino que lo hacía desde su propia experiencia.
Migrantes: el rostro herido de la humanidad
Otro de los temas más sensibles para los latinos —dentro y fuera del continente— es el de la migración. Francisco fue un firme defensor de los derechos de los migrantes, calificándolos como “el rostro de Cristo en el mundo contemporáneo”. Durante su visita a la frontera entre México y Estados Unidos en 2016, ofreció una misa conmovedora en Ciudad Juárez que simbolizó su abrazo a millones de familias separadas, perseguidas o invisibilizadas.
Ese gesto no fue aislado. En numerosas ocasiones, ha exhortado a los gobiernos a implementar políticas humanas y ha denunciado el racismo, la xenofobia y la explotación que sufren los migrantes. Para la diáspora latina en Estados Unidos, Francisco se convirtió en un referente moral y espiritual en tiempos de incertidumbre.
Una Iglesia con rostro latinoamericano
Pero su influencia fue más allá de los gestos. Francisco promovió una profunda transformación en la Iglesia: dejar de mirar a América Latina como una región que recibe evangelización, y reconocerla como una fuente de renovación espiritual para el mundo. Su defensa de la espiritualidad popular, de las comunidades eclesiales de base y de un catolicismo profundamente encarnado en la realidad social de los pueblos, abrió espacio para una Iglesia más inclusiva, diversa y comprometida.
En sus viajes a países como Bolivia, Paraguay, Perú o Colombia, escuchó a indígenas, campesinos, madres solteras, víctimas de violencia y líderes sociales, consolidando la idea de una Iglesia en salida, que dialoga y acompaña, en lugar de imponer.
Un puente para la paz y la reconciliación
Francisco también tuvo un papel destacado en procesos políticos clave para la región. Fue mediador silencioso pero influyente en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. Asimismo, su respaldo al proceso de paz en Colombia fue crucial para legitimar los esfuerzos de reconciliación en un país herido por décadas de conflicto armado.
Su voz, serena pero firme, mostró que el Papa no era solo un líder espiritual, sino también un actor relevante en la construcción de justicia social y paz duradera.
Legado de esperanza e identidad
El pontificado de Francisco ha marcado un antes y un después para los católicos latinos. No solo les devolvió el protagonismo, sino que los invitó a ser constructores activos de una Iglesia más justa, humana y cercana. Con su sencillez, su autenticidad y su mirada compasiva, dejó un legado que trasciende fronteras y que seguirá inspirando a millones, dentro y fuera de América Latina.
En una época de desencanto institucional y crisis global, Francisco encarnó la posibilidad de una Iglesia que escucha, que abraza, que denuncia y que sueña. Y lo hizo con acento argentino, con mate en mano y con una sonrisa que recordaba a tantos que, incluso desde el Vaticano, también se puede hablar como el pueblo.