Por Bruno Cortés
Ciudad de México.— En una semana donde lo único que no rebotaba eran las pelotas mal devueltas por Luka Pavlovic, el brasileño Felipe Meligeni se proclamó campeón del Mexico City Open, dejando claro que no vino a turistear a la capital. En dos sets secos como la tierra del Chapultepec, 6-3 y 6-3, el carioca se impuso con solidez y se llevó su segundo título ATP Challenger 125 en menos de un mes.
¿Y cómo no estar feliz? A sus 27 años, Meligeni no solo rompió la racha de campeones extranjeros sin samba en el corazón, sino que se convirtió en el primer brasileño en ganar este torneo. Y lo hizo con estilo, con temple, con sonrisa, y con un revés que más de uno quisiera en su Tinder bio. “Nunca me había pasado esto, dos títulos en cuatro semanas. Estoy demasiado contento”, dijo el tenista, casi con lágrimas de sol en los ojos, tras levantar el trofeo en el Estadio Rafael ‘Pelón’ Osuna.
Pero no todo fue caipirinha y aplausos. El camino al título tuvo lo suyo: el kazajo Beibit Zhukayev en primera ronda, Darwin Blanc (USA) en segunda, Alfredo Pérez (otro gringo) en cuartos y el suizo Marc-Andrea Huesler en semifinales. Una ruta digna de reality de supervivencia, con climas cambiantes, rivales duros y un sol capitalino que no perdona ni al más bronceado.
Meligeni mostró no solo tenis de calidad, sino también cabeza fría y espíritu combativo. “Sabía que iba a tener pocas oportunidades, pero las aproveché. Luka es un gran sacador, pero mantuve la cabeza fuerte todo el tiempo”, dijo, con esa actitud que parece receta de coach de vida pero que, en su caso, funciona.
Y ahora, sin tiempo para dormir la siesta con el trofeo, Felipe ya piensa en San Luis Potosí. Porque en el tenis, como en la política mexicana, hay que seguir girando si quieres llegar a la grande. “Estoy cerca de un objetivo muy importante para mí. Voy a seguir luchando”, comentó con la misma calma con la que remata un passing shot.
Con los ojos ya puestos en la temporada europea de arcilla y el sueño de meterse a Roland Garros, Meligeni se va de la CDMX con algo más que un título: se lleva la confianza, el cariño de un público que lo ovacionó como ídolo, y tal vez, un nopal en el corazón.
Y aunque el torneo terminó, su nombre quedó sembrado en la arcilla del Chapultepec. Porque en el tenis —como en la vida— hay que saber cuándo pegarle con fuerza y cuándo dejarla caer suave. Felipe lo entendió. Y ganó.