Fotos y Texto Bruno Cortés IA

La tarde caía sobre la Avenida Reforma, tiñendo el cielo de tonos naranjas y morados. Mientras me perdía en el encanto de las flores de Cempasúchil que decoraban el camino, un espectáculo inesperado capturó mi atención. Catrinas, esas icónicas figuras del Día de Muertos, emergían entre la multitud, desplegando su elegancia y misterio.

Sus risas y susurros se mezclaban con los murmullos de la gente, creando una atmósfera festiva que celebraba tanto la vida como la muerte.

Cada paso, cada gesto, era un recordatorio de que en esta tradición mexicana, la muerte no es un final, sino una danza eterna que nos invita a celebrar y recordar. Fue un encuentro mágico, donde el pasado y el presente se unieron en una fiesta de colores, música y recuerdos.

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