El vino mexicano no embriaga, pero sí paga como si lo hiciera

Por Bruno Cortés

 

Imagina que tienes en tus manos una copa de vino mexicano, hecho con uvas sembradas bajo el sol de Querétaro o Baja California. Lo hueles, lo pruebas, lo disfrutas. Pero también te tomas, sin saberlo, un buen trago de impuestos. Así de amarga es la realidad para la industria vitivinícola nacional, que aunque florece con orgullo en varias regiones del país, carga con un costo fiscal que la pone a competir en desventaja con vinos importados.

Y eso, justamente, es lo que vino a decir la diputada Tania Palacios Kuri, del PAN, en rueda de prensa en la Cámara de Diputados. Se aventó una defensa apasionada del vino mexicano, pero no solo desde lo simbólico, sino con números y propuestas bajo el brazo.

Hoy en día, una botella de vino hecho en México paga más del 40% de su precio en impuestos. Eso, porque el IEPS, ese impuesto especial que nació para controlar productos “nocivos” como el alcohol fuerte o el tabaco, le mete un sablazo del 26.5% al vino, como si fuera tequila de 38 grados. Pero el vino no embriaga como el mezcal ni destruye como el cigarro, y su elaboración está más cerca del campo y la tradición que de las bebidas industriales. Entonces, ¿por qué pagar como si fuera una bebida de alto riesgo?

Por eso, Tania Palacios levantó la copa (metafóricamente) y propuso bajar el IEPS al 10% para vinos mexicanos elaborados 100% con uva nacional. Además, planteó la creación de un distintivo oficial de calidad, que le dé identidad y fuerza comercial al vino hecho en casa, y lo posicione mejor tanto en el mercado interno como en el internacional.

Pero no se quedó ahí. La iniciativa también propone estímulos fiscales para pequeñas y medianas vinícolas, que son las responsables de más del 80% de la producción nacional. No estamos hablando de grandes corporativos, sino de familias, cooperativas y agricultores que cuidan la vid como un legado cultural.

En el micrófono también hablaron otras voces, como la diputada Laura Cristina Márquez Alcalá, quien puso el ejemplo de Guanajuato, donde el vino no solo mueve economía, sino que impulsa el turismo rural y conecta a las familias con nuevas oportunidades. El diputado Éctor Jaime Ramírez Barba fue incluso más audaz y soltó que el vino “es salud”, porque en dosis moderadas ayuda al corazón. Lo dijo con tono medio serio, medio de brindis, pero con la intención clara de sumar razones.

Y el respaldo no es solo político. Desde el sector vinícola también levantaron la mano. El presidente del Clúster Vitivinícola de Querétaro, Eugenio Parrodi Wiechers, fue tajante: México solo tiene el 1% de la superficie de viñedos que tiene España. No por falta de tierra o talento, sino porque los impuestos actuales “polarizan el mercado” y hacen casi imposible competir. A su lado, Ana Paula Robles Sahagún, directora del Consejo Mexicano Vitivinícola, dejó claro que esta es una industria noble, agrícola y cultural, que merece políticas públicas que la hagan florecer, no que la marchiten.

En el fondo, lo que está en juego no es solo el vino. Es el campo, el empleo, la cultura y hasta el turismo. Es una forma de defender lo nuestro, de dejar de ver siempre hacia afuera y empezar a brindar por lo que crece en casa. El PAN, con esta iniciativa, está apostando a que una copa de vino mexicano no solo sepa bien, sino que cueste lo justo. Y que al final, cuando levantemos el vaso, brindemos por algo más que sabor: brindemos por justicia fiscal y orgullo nacional.

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