Este lunes 21 de abril de 2025, un solemne repique resonó en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, conocida también como Santa María de Guadalupe, en memoria del Papa Francisco, quien falleció a los 88 años. La majestuosa campana mayor, una de las más grandes y pesadas del continente, marcó el inicio del luto oficial en la capital, al anunciar al mundo la partida del Pontífice. El sonido grave y solemne se extendió por el Centro Histórico, envolviendo a la ciudad en un momento de recogimiento y reflexión.
Un Repique Cargado de Significado
El acto de repicar las campanas es una tradición milenaria de la Iglesia Católica, utilizada para comunicar a la comunidad la muerte de un Papa. En esta ocasión, el repique consistió en 100 campanadas, cada una simbolizando el lamento y la oración de los fieles por la partida del obispo de Roma. Este eco fúnebre también se replicó en otras catedrales alrededor del mundo, como la emblemática Notre Dame en París, que, al igual que en la Ciudad de México, tocó 88 veces en honor a la edad que el Papa Francisco tenía al momento de su fallecimiento.
El Luto Global y el Acto Litúrgico
El repique no solo se limitó a un acto simbólico, sino que fue acompañado de un mensaje oficial del Venerable Cabildo Metropolitano, órgano encargado de las celebraciones litúrgicas en la catedral. En su mensaje, elevaron oraciones pidiendo por el descanso eterno del Papa Francisco y por su regreso a la Casa del Padre.
Este repique fúnebre, parte de un protocolo litúrgico ancestral, marca también el inicio del periodo de «sede vacante», durante el cual la Santa Sede queda vacía de un titular, hasta la elección de un nuevo Papa. En este contexto, el acto refleja la comunión simbólica con Roma y el profundo respeto de la Iglesia mexicana hacia el pontífice fallecido.
Una Muestra Global de Duelo
El sonido de las campanas de la Catedral Metropolitana se unió al homenaje global en catedrales de todo el mundo, como una muestra de respeto y de unión en el dolor compartido por la partida de Francisco. Con cada campanada, se renovaba el sentimiento de fidelidad y devoción de millones de católicos alrededor del planeta.
Este acto, lleno de solemnidad, no solo marca el final de una era papal, sino también el inicio de un proceso de reflexión, oración y esperanza, que trasciende las fronteras del Vaticano y llega a los corazones de los fieles en todo el mundo.