El mole poblano, ese manjar de la cocina mexicana, ha cruzado fronteras para convertirse en un embajador cultural en Costa Rica. Gracias a Sergio Lima Castro, una persona no binaria originaria de San Simón, Yehualtepec, Puebla, este platillo ha sido reconocido en la sexta edición de Sabores Migrantes Comunitarios, una iniciativa que celebra la diversidad gastronómica y cultural de Iberoamérica.
«El mole no es solo un platillo, es una historia de resistencia y comunidad», explica Sergio con pasión. En su video de postulación, nos lleva por un viaje culinario que inicia en las cocinas de Puebla y termina en las mesas costarricenses. «Cada vez que preparo mole aquí en Costa Rica, siento que traigo un pedacito de mi tierra», comparte.
La preparación del mole poblano es todo un ritual. Con más de 20 ingredientes y un proceso que incluye tatemar, moler y guisar, este platillo es un testimonio de la riqueza de la cocina mexicana. «En mi pueblo, hacer mole es cosa de familia. Todos participan, desde los abuelos hasta los más pequeños», recuerda Sergio con nostalgia.
En Costa Rica, el mole de Sergio se ha convertido en una ventana a la cultura mexicana. «He compartido mi mole con gente de todo el mundo aquí. Ver sus caras de sorpresa al probar esa mezcla de sabores es impagable», cuenta entre risas.
El concurso Sabores Migrantes Comunitarios, organizado por IberCultura Viva, IberCocinas e Iber-Rutas, busca resaltar estas prácticas culinarias que promueven el intercambio cultural. «Ganar este reconocimiento es como un abrazo de mi tierra», dice Sergio emocionado.
Aunque el premio incluye un reconocimiento y 600 dólares, para Sergio lo más valioso es la oportunidad de compartir su cultura. «Cada vez que alguien prueba mi mole, siento que estoy tendiendo un puente entre México y Costa Rica», reflexiona.
El mole poblano de Sergio es solo uno de los 13 platillos reconocidos en esta edición, que incluye recetas de Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Perú y Venezuela. Cada uno de estos platos cuenta una historia de migración, adaptación y, sobre todo, de amor por las raíces culturales.
Así, el mole poblano se convierte en mucho más que un platillo: es un símbolo de cómo la comida puede unir culturas, tender puentes y mantener viva la memoria de nuestros orígenes, sin importar dónde nos lleve la vida.