Por Marisela Morales Ibáñez
El combate al crimen organizado y la impunidad en los sistemas judiciales globales requiere un enfoque integral que rompa con los obstáculos generados por la corrupción, la intimidación, el hipergarantismo y los vacíos legales. Sólo a través de reformas estructurales, cooperación internacional y el fortalecimiento de la legalidad se podrá restablecer el orden y garantizar la justicia.
A lo largo de la historia, el crimen organizado ha logrado infiltrarse en las estructuras de poder de diversas naciones, reduciendo drásticamente la efectividad de los sistemas judiciales y las fuerzas de seguridad. En el mundo, los grupos criminales han utilizado la corrupción, la violencia y las redes internacionales para expandir su poder.
En este contexto, la lucha contra el crimen organizado se ha convertido en uno de los mayores retos para los sistemas de justicia a nivel global. Las preguntas cruciales son: ¿es posible vencer a este flagelo social? y ¿cómo se puede hacer en medio de un contexto donde el hipergarantismo y la falta de recursos complican la situación?
El sistema de justicia, en su lucha contra el crimen organizado, enfrenta varios desafíos que deben abordarse de manera urgente. Uno de los mayores obstáculos es la corrupción en las instituciones del Estado, que permite que jueces, fiscales y policías sean cooptados por los grupos criminales. Esta corrupción, como se ha observado en diversos países, alcanza a los más altos niveles del poder y debilita la capacidad del sistema judicial para actuar con independencia y eficacia.
El hipergarantismo, que se refiere a la protección excesiva de los derechos de los imputados y la burocracia judicial, es otro obstáculo significativo. Si bien es esencial respetar los derechos humanos en todo momento, la tendencia a priorizar excesivamente las garantías procesales ha resultado en un sistema judicial incapaz de enfrentar la magnitud de los crímenes cometidos por las organizaciones delictivas. La aplicación de normas permisivas o la obsolescencia de la legislación existente permite que los criminales eviten las condenas o reciban penas reducidas, lo que genera impunidad y rechazo social a la autoridad.
La falta de cooperación internacional efectiva, la tensión existente en la relación entre países como México y Estados Unidos en torno al combate al narcotráfico, y el desajuste tecnológico entre las agencias de justicia de distintos países, son factores que dificultan considerablemente la lucha contra el crimen.
Los grupos criminales, operando a través de sofisticadas redes de lavado de dinero y movimientos transnacionales, se han adelantado a los sistemas judiciales, que a menudo se ven limitados por la falta de recursos, capacitación y tecnología avanzada.
Sin una colaboración internacional fluida y herramientas tecnológicas adecuadas para identificar, ubicar y procesar a los delincuentes, el crimen organizado continuará expandiéndose sin obstáculos.
Además, la creciente violencia y amenazas a la vida de jueces y fiscales es otro de los principales factores que debilita la justicia. Como se ha observado en el caso de Colombia en los años 90 o el asesinato del juez Giovanni Falcone en Italia, el crimen organizado no duda en atacar a quienes representan el sistema judicial. La intimidación y el miedo generan un entorno donde muchos actores clave optan por el silencio, lo que a su vez facilita la expansión de las redes criminales.
El reto, entonces, no es sólo garantizar el respeto a los derechos humanos, sino hacerlo dentro de un marco que asegure que la justicia pueda actuar sin que se vea influenciada por el poder de los grupos criminales. En este sentido, es imprescindible un enfoque integral que considere desde la protección de los operadores de justicia hasta la creación de un marco legal adecuado y un sistema de cooperación internacional robusto.
La lucha contra el crimen organizado y la impunidad no es una tarea sencilla, pero es necesaria para fortalecer al estado democrático de derecho mexicano.
Para fortalecer los sistemas de justicia, es necesario adoptar un enfoque integral que aborde los problemas estructurales, como la corrupción y la debilidad institucional, sin dejar de lado la protección de los derechos humanos, la cooperación internacional, el uso de nuevas tecnologías y una reforma legal integral que garantice la eficacia de las penas y sanciones para restaurar el orden. Si no actuamos con determinación y visión, el crimen organizado continuará dominando, debilitando nuestras democracias y destruyendo el tejido social.
El momento de actuar es ahora, y sólo mediante un sistema de justicia fuerte, autónomo y protegido de la corrupción podremos enfrentar este desafío de manera efectiva, siempre apegada a la legalidad para lograr justicia para todos.