Los cinco anillos de color azul, negro, rojo, amarillo y verde entrelazados son el principal símbolo de los Juegos Olímpicos. Sus colores, junto con el blanco del fondo de la bandera, representan a todos los países, que tienen en sus enseñas alguno de esos tonos.
Fue concebida en 1914 por Pierre de Coubertin, el padre de los Juegos Olímpicos modernos, quien encargó su confección a los almacenes Bon Marché de París, utilizando el lino irlandés más caro para la bandera que debía tener una proporción 2×3. La Primera Guerra Mundial impidió que ondeara en los Juegos de Berlín de 1916, pero finalmente, en 1920, fue izada por primera vez en el mástil de honor durante la ceremonia de inauguración de los Juegos de Amberes. Sin embargo, la bandera desapareció el día de la clausura.
Casi ochenta años después, en 1997, durante una reunión del Comité Olímpico de Estados Unidos, se revelaron los detalles de la misteriosa desaparición. Harry Prieste, a sus 101 años, era el único medallista estadounidense superviviente de los Juegos de Amberes de 1920, donde ganó una medalla de bronce en salto de trampolín.
Un periodista se acercó a Prieste para preguntarle sobre la curiosa anécdota. Según lo relata Ramón Márquez en su libro «Olímpicos, historias asombrosas sobre medallistas olímpicos», el periodista le preguntó si sabía que la bandera olímpica original jamás había sido encontrada. Prieste respondió: «Yo puedo ayudarte con eso… Está en mi casa. La tengo guardada en la misma maleta que utilicé cuando viajé a Amberes».
Prieste relató cómo, en la tarde de la clausura, vio la bandera ondeando en el cielo y decidió que tenía que ser suya. Comentó sus intenciones con su compañero del equipo olímpico estadounidense, Duke Kahanamoku, y juntos idearon el plan. En la oscuridad de la noche de clausura, treparon el mástil, desataron la bandera y escaparon de los policías que intentaron detenerlos.
La bandera permaneció en la maleta de Prieste hasta que la devolvió en la Sesión 111 del Comité Olímpico Internacional en Sidney, en el año 2000. La bandera se muestra ahora en el Museo Olímpico de Lausana. El presidente del Comité, Juan Antonio Samaranch, la recogió de manos del exatleta, quien a sus 103 años se mostraba arrepentido. Prieste vivió dos años más, hasta los 105, compartiendo la increíble historia de la bandera olímpica robada.