En las calles de México, un sonido distintivo anuncia la llegada de una tradición culinaria que ha perdurado a través de las generaciones: el carrito de los camotes. Este emblemático vendedor ambulante, con su característico silbido y el humo que emana de su chimenea, es más que un simple puesto de comida; es un símbolo de la rica herencia gastronómica mexicana y un recordatorio de los sabores ancestrales que aún perviven en la vida cotidiana de sus habitantes.
Desde hace décadas, al caer la tarde, los chiflidos del carrito de los camotes señalan que los deliciosos tubérculos, junto con plátanos fritos y, ocasionalmente, nopales asados, están listos para ser degustados. Este oficio, transmitido de generación en generación, involucra un meticuloso proceso que comienza desde la madrugada, cuando los camoteros se surten en la central de abastos, y continúa a lo largo del día con la preparación y cocción de los camotes.
Originario de Centro y Sudamérica, el camote es un alimento versátil que se ha integrado plenamente en la dieta mexicana. Rico en vitaminas y minerales, este tubérculo no solo es delicioso sino también beneficioso para la salud, ayudando a combatir enfermedades y a mantener un bienestar general. Cocinado a la leña directamente en el carrito, el camote se sirve tradicionalmente con miel, leche condensada, mermelada o jarabe de piloncillo, ofreciendo una experiencia gastronómica única.
Aunque Michoacán se destaca como el mayor productor de camote en México, es en San Lorenzo Malacota, Estado de México, donde se encuentra el corazón de la tradición camotera. Este pueblo, dedicado casi en su totalidad al oficio del camote, celebra anualmente la Feria del Camote, un evento que atrae a visitantes de todas partes para disfrutar de la música, la danza, las artesanías y, por supuesto, los camotes.