El anís, con su inconfundible aroma a regaliz, ha sido durante siglos un remedio casero para aliviar malestares digestivos y respiratorios. Sin embargo, detrás de su uso tradicional se esconden propiedades menos conocidas que la ciencia moderna está validando: desde su poder antioxidante hasta sus posibles beneficios en la salud de la piel.
En México, donde se consumen tanto la variedad verde (Pimpinella anisum) como la estrellada (Illicium verum), el anís no solo se usa para calmar cólicos o favorecer la lactancia, como documenta el Atlas de las plantas de la medicina tradicional mexicana. Ambas variedades comparten un componente clave: el anetol, responsable de su aroma característico y de muchas de sus propiedades terapéuticas.
Un estudio publicado en 2003 en Food Chemistry por el investigador İlhami Gülçın reveló que el aceite de anís posee una potente actividad antioxidante, capaz de neutralizar los radicales libres que dañan las células. Este hallazgo abre la puerta a su potencial en la prevención del envejecimiento celular y enfermedades crónicas.
El anís también ha sido vinculado con la producción de colágeno, lo que podría mejorar la elasticidad y firmeza de la piel. Además, su efecto relajante muscular —avalado por investigaciones como la de Shojaii y Abdollahi Fard (2012)— sugiere que podría ayudar a reducir tensiones faciales, aunque aún faltan estudios clínicos que confirmen estos beneficios. No es casualidad que algunas marcas cosméticas ya lo incluyan en cremas y mascarillas.
Precauciones necesarias
Pese a sus virtudes, expertos como los médicos Casanova y Calzado, del Hospital Universitario del Vinalopó (España), advierten sobre riesgos, especialmente en lactantes. Su uso en menores de tres meses se ha asociado con intoxicaciones que afectan el sistema nervioso y digestivo. «La percepción de que lo natural es siempre seguro es un error», subrayan.
El anís, pues, es mucho más que una hierba digestiva. Su combinación de tradición y ciencia lo convierten en un fascinante campo de estudio, aunque con una lección clara: siempre es mejor consultar a un especialista antes de usarlo como remedio.