Por Joao López
En los tranquilos laboratorios de la Universidad de Oxford, donde el tiempo parecía detenerse entre probetas y microscopios, una mente brillante desentrañaba los secretos de la vida a nivel molecular. Dorothy Crowfoot-Hodgkin, con su mirada aguda y su paciencia infinita, se dedicaba a lo que muchos consideraban una tarea imposible: visualizar lo invisible. Nació en El Cairo en 1910, pero fue en Inglaterra donde su pasión por la ciencia se cristalizó, literalmente.
La cristalografía de rayos X, una técnica que hoy es fundamental en la investigación biomédica, era en su tiempo una ciencia en pañales. Dorothy no solo la abrazó, sino que la perfeccionó. Con una precisión que solo una artesana de la ciencia podría tener, logró determinar la estructura tridimensional de la penicilina en 1945. Este descubrimiento no solo fue crucial para entender cómo funcionaba este antibiótico, sino que también marcó el inicio de una nueva era en la química y la medicina.
Pero Dorothy no se detuvo ahí. Su siguiente gran obra maestra fue desentrañar la compleja estructura de la insulina, un logro que tardó más de 35 años en completarse. Con cada análisis de cristal, cada exposición a rayos X, Dorothy estaba tejiendo un tapiz invisible de conocimiento que cambiaría para siempre nuestra comprensión de las enfermedades y su tratamiento.
La vida de Dorothy no fue solo de laboratorio; fue también de mentoría y activismo. Como profesora, inspiró a generaciones de científicos, muchos de los cuales siguieron sus pasos en la cristalografía. Fuera del ámbito académico, era conocida por su activismo por la paz, especialmente en contra de las armas nucleares, lo que le dio una dimensión humana a su ya imponente legado científico.
En 1964, el reconocimiento mundial llegó con el Premio Nobel de Química, un galardón que, aunque celebraba sus logros, apenas comenzaba a reflejar la magnitud de su impacto. Dorothy no solo había abierto puertas; había construido pasadizos enteros hacia nuevos conocimientos sobre la vida misma.
Su legado se extiende más allá de los libros de texto. En cada hospital donde se administra insulina, en cada laboratorio donde se estudia la estructura de una molécula, en cada aula donde se enseña la importancia de la cristalografía, ahí está Dorothy. Su trabajo no solo reveló estructuras invisibles sino que también iluminó el camino para futuras generaciones de científicos.
Dorothy Crowfoot-Hodgkin falleció en 1994, pero su magia perdura. Cada vez que un científico descifra un nuevo compuesto, cada vez que se desarrolla un nuevo medicamento, hay un eco de su trabajo, de su dedicación, de su visión. En ella, la ciencia encontró no solo una pionera, sino una verdadera maga de las moléculas.