El trastorno afectivo bipolar es una condición de salud mental que va mucho más allá de los simples cambios de humor, y su comprensión es fundamental para desmantelar estigmas y promover una vida de calidad para quienes lo padecen. Según expertos, este trastorno se caracteriza por una alteración en los mecanismos que regulan el estado de ánimo, debido a un desajuste bioquímico en el sistema límbico. Este sistema es esencial para funciones primarias como la agresividad, el hambre o el instinto sexual.
Alrededor de 45 millones de personas en el mundo viven con trastorno bipolar, una cifra reportada por la Organización Mundial de la Salud. Aunque suele manifestarse en la adolescencia tardía o en la adultez temprana, hay casos en los que los niños muestran síntomas, lo que destaca la necesidad de atención y tratamiento a largo plazo para gestionar esta condición.
Las causas del trastorno afectivo bipolar son multifacéticas, incluyendo factores genéticos que señalan una predisposición biológica y factores ambientales que pueden desencadenar su aparición. Situaciones estresantes, tanto positivas como negativas, así como el consumo de sustancias psicoactivas y cambios significativos en la vida, pueden ser gatillos para aquellos con una vulnerabilidad subyacente.
La enfermedad alterna entre episodios de manía, caracterizados por una elevada autoestima, hiperactividad y una reducción en la necesidad de descanso, y fases depresivas, marcadas por una disminución de energía y un desinterés generalizado por las actividades cotidianas. A pesar de que tanto la manía como la depresión pueden compartir síntomas como el insomnio y la irritabilidad, se diferencian radicalmente en aspectos como la autocrítica.
Es crucial diferenciar las fluctuaciones normales del estado de ánimo de los episodios maníacos o depresivos del trastorno bipolar, que son más intensos y duraderos, y pueden afectar significativamente el comportamiento y las interacciones sociales.
Para tratar el trastorno bipolar, se recomienda una combinación de medicación, para abordar la predisposición biológica, y psicoterapia, tanto individual como familiar, para ayudar a la persona a manejar su condición. Esta aproximación integral no solo busca aliviar los síntomas sino también mejorar la calidad de vida del individuo y su entorno familiar, enseñándoles a reconocer los signos de alarma y a utilizar los recursos disponibles para gestionar la enfermedad de manera efectiva.