El cambio climático está redefiniendo nuestras estaciones, y el 2023 se alza como el año más caliente registrado a nivel global. Con olas de calor más frecuentes y prolongadas, no solo nos enfrentamos a temperaturas más elevadas, sino también a sus efectos profundamente perjudiciales, especialmente en los niños y mujeres embarazadas. Un reciente estudio del Centro para el Desarrollo del Niño de la Universidad de Harvard arroja luz sobre cómo el calor extremo afecta las distintas etapas del desarrollo infantil y ofrece estrategias para mitigar estos impactos.
Durante el embarazo, el calor extremo puede alterar el flujo sanguíneo en la placenta, inflamar el sistema inmunológico y aumentar el riesgo de deshidratación. Esto puede llevar a complicaciones graves como la muerte fetal y nacimientos prematuros. En la primera infancia, los niños, debido a su menor tamaño y capacidad de termorregulación, enfrentan riesgos elevados de sobrecalentamiento que pueden derivar en problemas serios como insuficiencia renal y convulsiones.
El calor extremo también perturba el aprendizaje durante los años escolares, disminuyendo la capacidad de concentración y la función cognitiva. Afecta la calidad del sueño, esencial para un desarrollo saludable, y altera la regulación emocional y el comportamiento, fundamentales para la integración social y educativa futura.
El estudio resalta la necesidad urgente de implementar estrategias de adaptación que protejan a los niños de estos efectos. Esto incluye asegurar condiciones de enfriamiento en lugares donde los niños pasan mucho tiempo, adaptar la infraestructura urbana para reducir la temperatura ambiente y desarrollar planes comunitarios para proteger a los más vulnerables.
Este desafío requiere un compromiso colectivo. Desde políticas de cuidado que regulen mejor la temperatura de los espacios infantiles hasta técnicas simples como vestir a los niños con ropa liviana y baños frecuentes, cada acción cuenta para garantizar un futuro más fresco y seguro para nuestros pequeños.