Por Bruno Cortés Foto: Evan Nitschke / Pexels
El oro y la plata siempre han tenido un brillo especial en la historia de México, pero lo que pocos ven es el costo oculto detrás de cada lingote que sale del país. En los últimos años, las mineras canadienses han convertido vastos territorios mexicanos en epicentros de extracción, dejando tras de sí un saldo que incluye aguas contaminadas, suelos degradados y comunidades divididas. El tema no es nuevo, pero los impactos no dejan de acumularse como una deuda histórica.
Agua: el primer sacrificio
Si algo es vital en México, es el agua, y aquí las mineras han dejado una herida abierta. Por ejemplo, en Zacatecas, la minera Newmont ha sido acusada de usar hasta cinco millones de metros cúbicos de agua al año, dejando a las comunidades locales con apenas lo suficiente para sobrevivir. Como si esto fuera poco, derrames de sustancias tóxicas como arsénico y manganeso han convertido lagos y ríos en zonas de riesgo, donde lo único seguro es no beber ni una gota.
En Guerrero, la minera Media Luna ha sido señalada por derrames de arsénico que han contaminado cuerpos de agua vitales para las comunidades indígenas. ¿La respuesta? Silencio de las autoridades y preocupación creciente entre los habitantes, quienes saben que cada derrame puede significar décadas de daño irreversible.
El aire y la tierra también pagan el precio
La minería a cielo abierto no es sutil: montañas enteras desaparecen y el suelo queda tan contaminado que nada vuelve a crecer. En Peñasquito, Zacatecas, la extracción ha generado residuos tóxicos que han envenenado mantos freáticos y cuencas. Mientras tanto, las explosiones diarias llenan el aire de polvo y partículas dañinas, dejando a las comunidades expuestas a enfermedades respiratorias.
La deforestación: la cicatriz que no se borra
Donde antes había selvas y bosques, ahora hay cráteres. Empresas como Great Panther han sido señaladas por destruir hábitats enteros en busca de metales preciosos. La biodiversidad no solo pierde terreno, sino que desaparece, y las comunidades indígenas, que han vivido en estas tierras por generaciones, se quedan sin un lugar al cual llamar hogar.
Conflictos sociales: el oro divide
Las mineras no solo afectan al medio ambiente; también han creado conflictos sociales que parecen no tener fin. En todo México, hay más de 70 conflictos mineros documentados, muchos de ellos relacionados con empresas canadienses. La receta es la misma: comunidades que luchan por proteger sus tierras y recursos frente a gigantes corporativos con bolsillos llenos y estrategias de intimidación.
Las denuncias incluyen despojo de tierras, amenazas y hasta violencia contra líderes comunitarios que se oponen a los proyectos. En este escenario, las empresas operan con una impunidad que parece hecha a medida.
¿Quién debe rendir cuentas?
El gobierno mexicano ha sido criticado por permitir que estas empresas operen con poca regulación y casi ninguna consecuencia. Mientras tanto, organizaciones civiles exigen reformas urgentes a la Ley Minera que prioricen el bienestar de las comunidades y del medio ambiente sobre los intereses económicos.
Se han planteado propuestas como:
- Implementar controles más estrictos sobre el uso de agua y el manejo de residuos tóxicos.
- Garantizar que las comunidades afectadas tengan poder de decisión sobre proyectos mineros.
- Establecer sanciones reales para las empresas que violen las leyes ambientales y sociales.
El oro que México no ve
Al final, la pregunta no es si la minería genera riqueza, sino para quién. Los recursos que se extraen del suelo mexicano terminan en mercados internacionales, mientras las comunidades que los rodean se quedan con un paisaje devastado y pocas alternativas para su futuro.
México enfrenta un dilema: seguir dejando que el oro y la plata salgan a costa de su tierra y su gente, o exigir una minería más responsable que no solo busque el brillo de los metales, sino también el bienestar de quienes viven en sus alrededores. ¿Será posible encontrar un equilibrio antes de que todo lo que quede sea polvo y despojo?