La relación entre la contaminación atmosférica y la salud física ha sido ampliamente reconocida, pero un nuevo estudio llevado a cabo por el Hospital General de Massachusetts y la Facultad de Medicina de Harvard sugiere que el aire que respiramos podría tener un impacto igualmente significativo en nuestra salud mental. Este vínculo, a su vez, incrementa las tasas de mortalidad cardiovascular en adultos jóvenes.
Presentado recientemente en el congreso de la Sociedad Europea de Cardiología en Atenas, el estudio evaluó datos de salud de más de 315 millones de estadounidenses, encontrando que las áreas con altos niveles de partículas PM2.5, las cuales provienen de fuentes como vehículos y centrales eléctricas, presentan tasas elevadas de estrés y depresión. Estos problemas de salud mental están directamente relacionados con un incremento en las muertes por enfermedad cardiovascular, especialmente en personas menores de 65 años.
Shady Abohashem, autor principal del estudio e investigador en Harvard, enfatiza la importancia de considerar la calidad del aire como un factor crítico para el bienestar mental y la salud cardiovascular. Los resultados son particularmente alarmantes en condados con alta prevalencia de minorías y niveles de pobreza, donde el aire contaminado y los problemas de salud mental se combinan para formar un riesgo aún mayor.
Este análisis subraya la necesidad urgente de estrategias de salud pública que aborden no solo la contaminación del aire, sino también el cuidado de la salud mental para preservar la salud cardíaca de la población. Con más de un millón de personas fallecidas por enfermedades cardiovasculares antes de los 65 años entre 2013 y 2019, la evidencia es clara: mejorar la calidad del aire puede salvar vidas no solo al reducir los problemas respiratorios y cardiovasculares, sino también al mejorar nuestra salud mental.