Comer rápido: cómo el estrés y la ansiedad afectan nuestra alimentación y salud

En un mundo donde el tiempo parece escasear, comer rápido se ha convertido en una costumbre habitual para muchas personas. Sin embargo, este hábito no solo afecta la digestión, sino que también puede ser un síntoma de ansiedad y estrés, dos factores que influyen significativamente en nuestra relación con la comida. Según expertos en nutrición, la ingesta acelerada de alimentos puede desencadenar una serie de problemas de salud, desde trastornos metabólicos hasta dificultades emocionales relacionadas con la alimentación.

El impacto de comer rápido en la salud

El profesor doctor César Casavola, jefe de Servicio de Nutrición Médica del Hospital Alemán, explica que comer rápido puede ser un indicador de ansiedad, aunque también está relacionado con la falta de tiempo en entornos laborales o escolares. “Al comer en forma consciente y tranquila, respetamos los procesos digestivos y disfrutamos más de los alimentos”, destaca.

Por su parte, la doctora Liliana Papalia, especialista en nutrición, señala que la ingesta acelerada altera la liberación de hormonas como la leptina y la grelina, responsables de regular el apetito y la saciedad. Esto puede generar una sensación de insatisfacción que lleva a seguir comiendo, incluso después de haber ingerido suficiente alimento.

Las consecuencias de comer rápido no se limitan a la digestión. Según Casavola, este hábito puede provocar distensión abdominal, gastritis, alteraciones evacuatorias y dolor abdominal. Además, afecta parámetros bioquímicos como la glucemia, el colesterol y los triglicéridos, aumentando el riesgo de enfermedades como la obesidad y el hígado graso.

¿Hambre real o hambre emocional?

Una de las claves para entender por qué comemos rápido es diferenciar entre el hambre real y el hambre emocional. El hambre real es una respuesta fisiológica del cuerpo que se manifiesta gradualmente con señales como vacío en el estómago, ruidos intestinales o debilidad. Por el contrario, el hambre emocional aparece de forma repentina y está ligada a emociones como el estrés, la angustia o el aburrimiento.

“El hambre emocional se siente como un antojo específico, generalmente de alimentos dulces o salados, y no se satisface fácilmente. Además, suele generar culpa o malestar después de comer”, explica Papalia. Para diferenciar entre ambas, la experta recomienda preguntarse si realmente se tiene hambre o si se está buscando calmar una emoción.

Alimentación consciente: beneficios y recomendaciones

La alimentación consciente es una práctica que busca conectar con las señales del cuerpo y disfrutar de la comida sin distracciones. Entre sus beneficios, Papalia destaca:

  1. Mejor digestión y absorción de nutrientes: Masticar bien facilita la digestión y previene la deglución de aire.
  2. Regulación del apetito y saciedad: Comer lentamente permite que el cerebro registre la saciedad, evitando excesos.
  3. Reducción del estrés y la ansiedad: Un ambiente tranquilo durante las comidas ayuda a reducir el comer emocional.
  4. Menor riesgo de sobrepeso y trastornos metabólicos: Comer despacio está asociado con una menor ingesta calórica y un mejor control del peso.

Para incorporar hábitos de alimentación consciente, los expertos recomiendan:

  • Planificar las comidas: Establecer horarios y menús ayuda a reducir la ansiedad y evitar la ingesta impulsiva.
  • Comer sin distracciones: Evitar pantallas o trabajar mientras se come permite enfocarse en la comida y mejorar la digestión.
  • Masticar bien y comer despacio: Tomarse al menos 20 minutos para comer permite que el cuerpo registre la saciedad.
  • Crear un ambiente tranquilo: Un lugar cómodo y sin prisas favorece una mejor relación con la comida.

Conclusión

Comer rápido no solo afecta nuestra digestión, sino que también puede ser un reflejo de estrés y ansiedad. Adoptar hábitos de alimentación consciente, como masticar bien, comer sin distracciones y escuchar las señales del cuerpo, puede marcar una gran diferencia en nuestra salud física y emocional. Pequeños cambios en la manera de comer pueden transformar nuestra relación con la comida y mejorar nuestro bienestar general.

 

 

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