La idea de que podemos influir en nuestro destino no es nueva. Desde tiempos antiguos, humanos han buscado maneras de atraer la buena suerte, ya sea a través de rituales, amuletos o simplemente cambiando nuestra perspectiva. Pero, ¿qué dice la ciencia moderna sobre esto? Estudios recientes en psicología positiva sugieren que una actitud optimista puede literalmente cambiar cómo percibimos nuestro entorno, haciendo que estemos más abiertos a las oportunidades.
Richard Wiseman, un psicólogo británico, realizó un estudio donde demostró que las personas que se consideran «afortunadas» tienen más probabilidades de notar y aprovechar las oportunidades que las que se sienten desafortunadas. Esto implica que, en cierto modo, la suerte es una habilidad que se puede cultivar. Practicar la gratitud, por ejemplo, no solo mejora nuestro humor, sino que también nos hace más propensos a ver el lado bueno de las cosas.
Pero no es solo una cuestión de actitud; las acciones diarias también juegan un papel crucial. Según el principio de la «ley de la atracción», pensar positivamente atrae cosas positivas. Esto se puede traducir en acciones concretas como establecer metas claras, rodearse de personas que nos inspiran y ser proactivos en la búsqueda de nuevas experiencias.
La meditación y la atención plena (mindfulness) son otras herramientas poderosas. Al estar presentes en el momento, nos permitimos disfrutar de cada pequeño evento que la vida nos ofrece, aumentando nuestra percepción de bienestar y, con ello, la probabilidad de que más cosas buenas nos pasen. La meditación también nos ayuda a reducir el estrés, lo que a su vez nos hace más receptivos a las oportunidades.
Además, la red de apoyo social es fundamental. Mantener relaciones saludables no solo mejora nuestra salud mental, sino que también crea un sistema de soporte que puede abrir puertas, ofrecer oportunidades y compartir momentos de alegría. La generosidad, ser amable y ayudar a otros, según estudios, también tiene un retorno positivo en términos de felicidad personal y de encuentros fortuitos.
No podemos hablar de buena suerte sin mencionar la importancia de la resiliencia. La capacidad de recuperarse de los reveses nos permite ver cada desafío como una lección o una oportunidad para crecer, manteniéndonos en un estado mental que es más susceptible a la buena fortuna. La resiliencia nos enseña que a veces, lo que parece mala suerte puede ser el empujón que necesitábamos para lograr algo mejor.
Por último, la intuición juega un rol inesperado. Escuchar a nuestro instinto puede llevarnos a tomar decisiones que, aunque no tengan una explicación racional inmediata, resultan ser las correctas. A menudo, esa «buena suerte» que experimentamos es el resultado de haber seguido nuestro sexto sentido hacia nuevas aventuras o relaciones.