Por Bruno Cortés / Imagen Grok AI
La frontera entre Estados Unidos y México, históricamente un símbolo de esperanza y desesperación para miles, se prepara para una nueva fase de represión. En ciudades como El Paso y Ciudad Juárez, la tensión es palpable. Los migrantes, que una vez encontraron un respiro en las políticas temporales de la pandemia, ahora enfrentan una realidad más dura. Los muros, tanto físicos como burocráticos, se alzan más altos cada día, con nuevas leyes que limitan el acceso al asilo y aumentan las deportaciones.
Pero Estados Unidos no es el único actor en este drama global. En Europa, países como Polonia y Hungría han adoptado políticas similares, endureciendo sus fronteras con Bielorrusia y Serbia, respectivamente, en respuesta a lo que ellos describen como una crisis migratoria sin precedentes. La política de «cero tolerancia» hacia la migración irregular ha dejado a muchos atrapados en una tierra de nadie, buscando desesperadamente vías legales que parecen escasear.
En América Latina, México ha acordado con Estados Unidos un aumento en el control fronterizo para disuadir el flujo migratorio. Las ciudades fronterizas de México se han convertido en puntos de fricción y alivio temporal, donde los migrantes esperan en condiciones precarias, a menudo sin saber cuál será su destino. La cooperación entre ambos países ha llevado a deportaciones más rápidas y eficientes, pero también ha sembrado el miedo entre aquellos que sueñan con una vida mejor al norte.
El 2025 no solo marca un aumento en las medidas represivas, sino también un cambio en la narrativa global sobre la migración. Después de la pandemia, cuando muchos países abrieron sus fronteras de manera controlada, se observó un incremento significativo en la migración. Ahora, con el fin de las medidas de salud pública como el Título 42 en Estados Unidos, se espera que la represión sea aún más severa, afectando no solo a los migrantes de América Latina, sino también a aquellos procedentes de Asia y África, quienes encuentran cada vez menos puertas abiertas.
En el corazón de esta nueva era migratoria, las historias humanas abundan. En El Paso, una madre venezolana espera con sus hijos, incertidumbre y esperanza reflejada en sus ojos. En Ciudad Juárez, un joven haitiano cuenta los días que lleva separado de su familia, sin saber si podrá reunirse con ellos. Estas narrativas personales contrastan con las políticas frías y calculadas de los gobiernos, creando un tapiz de dolor y resiliencia.
La tecnología y la innovación también juegan su papel. Aplicaciones como CBP One se han convertido en una parte esencial del proceso migratorio, pero no siempre resultan accesibles o fiables para todos. La dependencia de la tecnología para solicitar asilo o citas con oficiales de inmigración ha creado una nueva barrera para aquellos sin acceso a dispositivos o internet, exacerbando la desigualdad en la búsqueda de refugio.
A medida que avanzamos hacia 2025, la pregunta no es solo cómo los países manejarán la migración, sino cómo la humanidad abordará este desafío. Las políticas de represión pueden ofrecer soluciones a corto plazo, pero a largo plazo, la integración, la cooperación internacional y el reconocimiento de los derechos humanos serán claves para una gestión más humana y sostenible de la migración global.