En una historia que parece sacada de un thriller, la compañía Murata S.A., liderada por la familia Ferrari, ha sido señalada como el epicentro de un sofisticado esquema de lavado de dinero. Los detalles revelados por investigaciones recientes muestran cómo esta empresa ha servido como una fachada para desviar 300 millones de pesos del erario público y otros 900 millones provenientes de actividades ilícitas del Cártel de Sinaloa.
El modus operandi de Murata S.A. es tan complejo como las telarañas de las arañas más astutas. La empresa ha sido catalogada como una «empresa fantasma» por el Servicio de Administración Tributaria (SAT), lo que significa que opera sin una actividad económica real, solo para la simulación de transacciones. Esta fachada ha permitido a Murata blanquear capitales, evadiendo impuestos y drenando recursos del país.
Los contratos con el PRI han sido el puente entre el mundo de la política y el crimen. Documentación fiscal obtenida por EL PAÍS México revela que varias instituciones y gobiernos liderados por este partido le pagaron a Murata más de 301 millones de pesos a través de estos acuerdos. Entre ellos, destaca la figura de Nino Ferrari, quien, tras denunciar un supuesto robo de identidad, continuó firmando contratos con el gobierno.
La red no se detiene en los límites de la política; el Cártel de Sinaloa ha encontrado en Murata una aliada para limpiar su dinero sucio. La compañía ha sido vinculada con otras empresas factureras y personas identificadas por las autoridades como blanqueadores del cártel. El nombre de Nino Ferrari se cruza con el de otros personajes notorios, creando una red que se extiende desde Sinaloa hasta Chiapas, donde recursos fueron desviados durante la administración de Manuel Velasco.
La Fiscalía General de la República ha acusado a Ferrari Gleason, el patriarca de la familia Ferrari, de lavar directamente más de 901 millones de pesos para el Cártel de Sinaloa. Sin embargo, la justicia parece evasiva; aunque fuentes anónimas citadas por Reforma mencionan su detención en julio, no existen registros oficiales que confirmen tal evento, dejando un velo de misterio sobre su paradero y el alcance real de la justicia.
En este escenario, donde la corrupción y el crimen se entretejen, el SAT ha jugado un papel crucial al clasificar a estas empresas como fantasmas, aunque la lucha contra el blanqueo de capitales sigue siendo una batalla ardua. La sociedad mexicana, cada vez más consciente de estos esquemas, pide a gritos una transparencia y rendición de cuentas que parece perdida en un laberinto de intereses oscuros.
Este caso no solo resalta la necesidad de reformas profundas en el sistema financiero y político de México sino que también deja en evidencia cómo el crimen organizado puede infiltrarse en las estructuras más altas del poder, utilizando empresas como Murata S.A. como un escudo para sus actividades ilícitas. La historia de Murata es un espejo de una realidad que muchos en México conocen, pero pocos están dispuestos a enfrentar.