En el corazón de Chiapas, donde el frío de los altos se mezcla con la fe y la tradición, se despliega un ritual que conecta el pasado con el presente, tejiendo una rica tapicería de identidad y cultura. Hablamos de «La traída de la flor de Niluyarilo», una peregrinación que más que un acto religioso, es una declaración de identidad chiapaneca.
Esta tradición, que se realiza del 14 al 21 de diciembre en Chiapa de Corzo, es una manifestación viva de la cultura de los Chiapanecas, un pueblo con un legado que se remonta a la conquista y más allá. No es solo una celebración, es una conexión con la tierra, con la historia y con los ancestros. Es en 12 localidades donde esta tradición se vive, cada una con su matiz, pero todas unidas por el canto en chiapaneca que resuena en las montañas.
La flor de Niluyarilo, antes de abrirse, con su forma fálica, simboliza la masculinidad del sol, un símbolo de renacimiento y de la nueva vida que el sol trae cada mañana. Al florecer, sus pistilos rojos y avioletados se extienden como los rayos del sol naciente, marcando el comienzo de un nuevo ciclo, el ciclo del sol, que morirá y renacerá en un continuo ciclo cósmico.
Este rito no solo es un sincretismo religioso, sino un atavismo que nos habla de la relación del hombre con el cosmos. Los Floreros, liderados por su patrón, se dirigen al oriente, hacia el nuevo sol, en una peregrinación que es tanto física como espiritual. Es un canto monótono, «Locaomeimo Niluyarilo», el que guía sus pasos, un eco de una espiritualidad que trasciende el tiempo.
El himno «Alabado a la flor de Niluyarilo» no es solo una pieza de devoción, sino un testimonio de un culto solar que se ha mantenido vivo a través de los siglos, un culto que se refleja en otras culturas y religiones del mundo, desde Krishna en la India hasta Huitzilopochtli en México. Este ritual nos recuerda que, en esencia, todos estamos conectados por el sol, por la luz y por la esperanza de un nuevo día.