A menudo conocidas como las vendedoras de caricias de la civilización mesoamericana, las ahuianime eran mujeres que manifestaban un erotismo desenfrenado que les era regalado por los dioses.
La prostitución formaba parte de la vida diaria de los antiguos nahuas. Así consta en diferentes crónicas, murales y códices, en los que se retratan algunos de sus comportamientos, a menudo asociados con un lenguaje corporal explícito.
En primera, no eran prostitutas bajo el concepto occidental tradicional, es decir, no cobraban a cambio de un servicio sexual. Ellas no siempre recibían dinero o riquezas por sus favores. Todo estaba enmarcado dentro de un contexto religioso donde el placer jugaba un papel ritual fundamental.
«La sexualidad desbordada no les estaba prohibida e incluso se las requería en ciertas festividades y eran necesarios sus servicios para alegrar a las víctimas de sacrificio», explica Miriam López Hernández, doctora en antropología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Sin embargo, aunque su existencia se debía a asuntos culturales, las civilizaciones prehispánicas a veces las rechazaban o las estigmatizaban mediante discursos morales de desaprobación, señala la experta, autora de ensayos como La vida sexual de los nahuas prehispánicos (2017) y Ahuianime: las seductoras del mundo nahua prehispánico (2011).
Coquetas y sumamente limpias
Según los testimonios recogidos por fray Bernardino de Sahagún, las ahuianime eran mujeres vanidosas que se adornaban de forma excesiva y se pintaban el rostro y las mejillas con axin, un ungüento amarillo proveniente la tierra. Además, se ponían grana cochinilla en los dientes para atraer la lujuria de los hombres y mascaban chicle para darse a notar en las calles.
«Preferían llevar los cabellos sueltos y otras veces con algún peinado combinado, es decir, que a veces se arreglaban la mitad de la cabellera trenzada y la otra mitad suelta ya sea sobre la oreja o el hombro. En las imágenes de estas mujeres su cabello aparece alborotado, una muestra más de la transgresión que realizaba la mujer», afirma la investigadora de la UNAM.
Los documentos históricos también arrojan que las ahuianime seguían una higiene personal rigurosa, «igual que las mujeres honestas», de acuerdo con Sahagún. Sin embargo, las prostitutas del México prehispánico sí se rasuraban más y ponían más empeño en el maquillaje que el resto de las mujeres. La tradición nahua indicaba que una mujer que gastaba mucho tiempo en su vanidad era alguien que se dejaba guiar por las bajas pasiones.
«Se señala como característico de las prostitutas sahumarse con hierbas olorosas para que su cuerpo emanara una fragancia deliciosa, perturbadora y excitante», abunda la antropóloga.
Siempre existió un valor dual alrededor de estas mujeres del mundo mesoamericano: por un lado, se les asociaba a la vida desenfadada, tomando su sexualidad exuberante como necesaria para los rituales antiguos. En oposición, también se les consideraba inhumanas, vanidosas e indecentes por sus prácticas sexuales explícitas.
«Las prostitutas participaban en distintas fiestas como en Quecholli, en Tlacaxipehualiztli, Huey Tecuilhuitl, Tlaxochimaco, Ochpaniztli y Panquetzaliztli.
Algunas veces sólo bailando, otras como parte de un gremio, otras acompañando a los guerreros destacados o a estudiantes, pero resulta importante su participación en fiestas agrícolas al lado de las mujeres del pueblo. Su actuación durante las fiestas principales implica sin lugar a dudas que se les atribuía un papel relevante en las actividades colectivas, prueba de su integración en la sociedad», explica la académica de la UNAM.