El pontificado del Papa Francisco, iniciado el 13 de marzo de 2013 y concluido con su fallecimiento el 21 de abril de 2025, marcó una era sin precedentes en la historia contemporánea de la Iglesia Católica. Desde su elección como el primer Papa latinoamericano y jesuita, Jorge Mario Bergoglio asumió el trono de Pedro con una visión renovadora centrada en la misericordia, la justicia social, la fraternidad humana y la reforma eclesiástica. En un mundo dividido, Francisco se convirtió en una voz de reconciliación y esperanza, y su legado perdurará como un faro de espiritualidad moderna y compromiso humano.
Uno de los pilares de su papado fue la reforma estructural de la Iglesia, particularmente con la reorganización de la Curia Romana. En 2022, promulgó Praedicate Evangelium, un documento que cambió la arquitectura del gobierno vaticano para hacerlo más misionero, descentralizado y al servicio de las Iglesias locales. Permitió que laicos, incluyendo mujeres, lideraran dicasterios, señalando un viraje histórico hacia una mayor inclusión. Esta transformación enfrentó resistencias internas, pero reflejó una convicción firme de que la Iglesia debía renovarse desde sus cimientos.
En el plano doctrinal y pastoral, Francisco promovió una Iglesia “en salida”, comprometida con las periferias existenciales y geográficas. Publicó encíclicas clave como Laudato Si’ (2015), sobre el cuidado del medio ambiente, y Fratelli Tutti (2020), sobre la fraternidad y la amistad social. Estos textos trascendieron los muros eclesiásticos, influyendo en debates políticos, ambientales y éticos a nivel internacional. Francisco defendió una ecología integral, denunció el descarte social y llamó a una economía con rostro humano, posicionando al Vaticano como referente moral ante los desafíos globales.
El compromiso del Papa Francisco con la paz y los migrantes fue otra constante en su pontificado. Desde su primera visita a Lampedusa en 2013 hasta su misa en la frontera de México y Estados Unidos en 2016, denunció la indiferencia ante el sufrimiento humano. En múltiples viajes —más de 40 en total— visitó zonas de conflicto como Irak, Sudán del Sur y Ucrania, donde hizo llamados urgentes al diálogo. Actuó como mediador entre Cuba y Estados Unidos en 2014 y mantuvo una política activa en la diplomacia multilateral, consolidando al papado como una instancia relevante de paz global.
Durante su pontificado, Francisco también enfrentó los escándalos de abuso sexual con un enfoque institucional. Impulsó mecanismos obligatorios de denuncia con el motu proprio Vos estis lux mundi (2019), creó una comisión para la protección de menores y eliminó el secreto pontificio en casos de abusos. Aunque su implementación varió según las conferencias episcopales, sentó las bases para una Iglesia más transparente y protectora de las víctimas, reconociendo errores del pasado y señalando un nuevo camino.
En el campo social, su opción por los pobres fue una constante. Redefinió la figura papal alejándola del boato y el privilegio. Vivió en Casa Santa Marta, rechazó los lujos del Palacio Apostólico y abrazó una espiritualidad de sencillez evangélica. Denunció la economía de exclusión, el culto al dinero y la explotación del trabajo. En contextos latinoamericanos, como México, Argentina, Perú o Brasil, su palabra fue guía para movimientos sociales, comunidades indígenas y sectores históricamente excluidos.
La promoción de la fraternidad interreligiosa también marcó su gestión. En 2019 firmó en Abu Dhabi el histórico Documento sobre la Fraternidad Humana con el Gran Imán de Al-Azhar, impulsando el diálogo entre el Islam y el Cristianismo. Su enfoque fue el de tender puentes en lugar de levantar muros, incluso en contextos polarizados. La fraternidad, para Francisco, no fue una consigna, sino una metodología activa de paz, justicia y reconciliación.
En cuanto a los desafíos internos, Francisco propició una apertura pastoral hacia las parejas del mismo sexo, permitiendo bendiciones bajo criterios de discernimiento pastoral, sin modificar la doctrina del matrimonio. También otorgó a todos los sacerdotes la facultad de absolver el pecado del aborto, subrayando la misericordia por encima de la condena. Estas medidas, aunque polémicas, representaron una pastoral más empática, centrada en las personas concretas.
Al fallecer, el Papa Francisco dejó una Iglesia distinta a la que recibió. Más plural, más cercana a los pobres, más consciente de los desafíos del siglo XXI. Su legado no solo se mide en documentos o decretos, sino en el testimonio de una vida dedicada al servicio, a la fe encarnada y a una Iglesia capaz de escuchar, dialogar y cambiar. El horizonte que construyó sigue abierto: el de una Iglesia samaritana, fraterna y global.