La contención militar y diplomática frena el conflicto, pero la amenaza nuclear persiste. Claves del precario statu quo.
En las colinas de Galilea, el silbido esporádico de cohetes de Hezbolá se mezcla con el zumbido de drones israelíes. Son «señales de humo» de una guerra que no estalla, pero cuyos actores —desde Tel Aviv hasta Teherán— mantienen dedos temblorosos sobre gatillos nucleares. La paradoja define 2025: nunca hubo tanto riesgo, ni tanto esfuerzo por contenerlo.
Fuentes del Pentágono confirman a este medio que EE.UU. ejecuta una «danza de tres pasos»: satélites espían instalaciones en Fordow, sanciones estrangulan el petróleo iraní, y diplomáticos susurran en Doha ofertas de diálogo. «Es como contener un reactor a punto de explotar con cinta adhesiva», admite un asesor de seguridad nacional bajo anonimato.
Mientras centrifugadoras giran a 1.500 rpm en Natanz, Israel perfecciona el «Iron Beam» —láseres que evaporan misiles en pleno vuelo— con pruebas exitosas en el Negev. Es tecnología disuasiva, pero también un mensaje: «Podemos interceptar tu respuesta si atacamos», analiza Amos Yadlin, exjefe de Inteligencia israelí.
En Moscú, camiones descargan drones Shahed-136 para la guerra en Ucrania. En Shanghái, tanqueros iraníes cambian crudo por yuanes digitales. Occidente ve complicidad; expertos como Ali Vaez (International Crisis Group) perciben límites: «China evita provocar a Arabia Saudí, su principal proveedor energético».
Las cifras hablan: 97% de los misiles lanzados desde Líbano en 2025 fueron interceptados. Las granjas de Majdal Zun —zona cero del conflicto— siguen produciendo aguacates. El humor ácido de los agricultores israelíes lo resume: «Regamos con plomo, pero exportamos».
En Teherán, la inflación del 40% ahoga mercados, pero no detiene uranio enriquecido. Las sanciones occidentales —verificadas por SWIFT— han reducido 60% las exportaciones iraníes. «Es una carrera: ¿quiebra Irán antes de tener la bomba?», cuestiona un informe del FMI.
Hoy, 18 millones de israelíes y 85 millones de iraníes despiertan sin guerra abierta. Es un triunfo frágil. Como advierte Robert Malley (exenviado de EE.UU. a Irán): «La disuasión funciona hasta que alguien calcula mal un porcentaje». La paz, por ahora, huele a azufre contenido.